Artículo escrito por Digcari Cruz, Consultora de Estrategia Comercial y Marketing.
Los derechos humanos han sido, desde su declaración en 1948, un hecho revolucionario que nos mantiene en debate constante. Los esfuerzos realizados por la comunidad internacional en su conjunto han sido insuficientes puesto que existe un número significativo de personas que no disfrutan plenamente de estos, a pesar de la responsabilidad que tienen los gobiernos para garantizar su cumplimiento.
Se han dado pasos agigantados en la garantía de los derechos humanos y cada vez se alcanzan mayores conquistas. Sin embargo, queda un amplio camino por recorrer teniendo en cuenta la participación y acción de todos los actores de la sociedad. Uno de estos actores clave son las empresas. Estos ineludibles gestores del movimiento del mercado fundamentan su modelo de negocio (no importa cuál, a propósito de la economía digital) en la fuerza de trabajo de las personas. En el marco de esa práctica, desde que surgió la concepción del trabajo mismo y las empresas como generadoras de ingresos, se han suscitado importantes abusos y violaciones, los derechos humanos brillaban por su ausencia. Gracias a incalculables reclamos de la sociedad civil, organizaciones no gubernamentales, mayor regulación de los Estados y la insistencia de los sindicatos, las compañías están haciendo algunos cambios en su ejercicio.
Esta vuelta de hoja ha tenido muchas caras.
En principio fueron programas de desarrollo y bienestar para los trabajadores y trabajadoras por medio de reducción de las horas de la jornada, inclusión de días libres, permisos, vacaciones, seguro médico y muchas otras conquistas que conforman el paquete laboral común que hoy en día conocemos. Ahora se habla de “teletrabajo”, programas de fitness, horarios flexibles, espacios de recreación y descanso dentro del lugar trabajo, e incluso se mencionan horas dentro de la jornada destinadas a poner en marcha proyectos propios.
La RSC tiene diversos matices humanos impregnados en su razón de ser, pues qué sería de la cuenta de resultados sin el “capital social” interno y externo.
Esta novedad se da en el marco de la gestión del talento humano de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), la cual no es más que el compromiso continuo y voluntario de las empresas para contribuir con el desarrollo económico sostenible, mediante el mejoramiento de la calidad de vida de los empleados y sus familias, así como los de la comunidad local y de la sociedad en general. La RSC tiene diversos matices humanos impregnados en su razón de ser, pues qué sería de la cuenta de resultados sin el “capital social” interno y externo. Estas iniciativas que suenan especialmente bonitas en papel y que llenan de ilusión hasta al más incrédulo, suelen tener especiales deficiencias en la marcha (como dice el popular refrán “del dicho al hecho…”); en cuestiones de derechos humanos la actuación y la conversación deben caminar juntas.
No solo se requiere tener el norte mediante políticas o planes. Se debe mirar desde arriba, de una forma holística, cada una de las acciones de la cadena de valor que envuelvan personas, se deben de tener en cuenta de la A a la Z los actores en la cadena de suministro para no perder de vista incluso a los de afuera. Por el mínimo detalle que no se regule convenientemente se puede acabar perjudicando gravemente a un grupo. Un ejemplo de ello son algunas fábricas de alfombras en la India o fabricantes de ropa en Asia que han sido contratados por multinacionales sin procedimientos claros de verificación en torno a trabajo decente u otras cuestiones relacionadas a derechos, dejando al azar la suerte de la mano de obra que asegura los buenos precios de sus insumos.
En este sentido, las actuaciones de las empresas no se realizan en solitario. Existen cada vez más guías provistas por la sociedad civil para acompañarlas en el resguardo de los derechos humanos y su oportuna respuesta en caso de infringirlos directa o indirectamente.
Existen instrumentos e iniciativas como:
Los Principios Rectores de Naciones Unidas sobre las empresas y los derechos humanos, que cuentan con el aval de la ONU, de la UE y de Gobiernos de todo el mundo.
El Pacto Global de la ONU mediante el cual las organizaciones voluntariamente se comprometen a alinear sus estrategias y operaciones con diez principios relacionados a los derechos humanos, laborales, ambientales y contra la corrupción.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, una agenda hasta el 2030 que busca guiar a las personas e instituciones tocando las causas fundamentales de la pobreza para lograr un cambio positivo en beneficio de las personas y el planeta desde el trabajo articulado.
Así muchos otros recursos pueden encaminar esta praxis. Sin embargo, estas guías son voluntarias y pueden quedarse cortas a la hora de promover un cambio real y sostenido en la senda del cumplimiento de los derechos.
Para complementar estos recursos hace falta encontrar el punto neurálgico del lado humano de las organizaciones, ese punto de inflexión donde se conciban como entes humanistas, que reconozcan esa interdependencia real con los seres humanos (aunque no lo parezca) pues son personas quienes consumen los productos o servicios que ofrecen, son sujetos de derecho quienes con ayuda de tecnología o ciencia que los crean, los distribuyen, o los entregan. Todas las decisiones del negocio tienen que ver con seres humanos. Viendo todas estas aristas y haciendo esa introspección, ya no sería una obligación respetar los derechos humanos, sería un deber.
El meollo del asunto es que las personas que participan del sistema productivo deben ser vistas como generadoras de valía y no como un objeto; de nada sirven los distintos y diversos documentos que se proponen conducir el respeto y resguardo de los derechos humanos en las empresas, si estas siguen viéndolas como un artículo que se debe mantener en buen estado para que continúe produciendo riquezas; de nada sirve mantener esa óptica utilitarista aun desde la perspectiva de los derechos, puesto que esto no será más que una cortina de humo que se esfumará más temprano que tarde por una u otra brecha.
El meollo del asunto es que las personas que participan del sistema productivo deben ser vistas como generadoras de valía y no como un objeto.
Necesitamos empresas más humanistas, entidades íntegras con un fin comunitario, que sean oportunas mirando al ser objetivamente sin perder su foco económico, que promuevan la pertenencia real desde el reconocimiento de la sensibilidad en lo terrenal, que sean justas en la implicación y actuación por y para la gente, ya que “negar a la gente sus derechos humanos es negar la propia humanidad” (N. Mandela).
Artículo publicado originalmente en Economistas Sin Fronteras
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